martes, 8 de diciembre de 2015

In denial

Escucho a Bach, en sus transcripciones para piano, en esta semana desbordada de trabajo, y grisalla en el cielo. Con apenas perspectivas vitales en el horizonte, solo quiero leer y escribir. No soporto la precariedad de este invierno, esta balsa en el océano que es mi ánimo... Siento que todo está a punto de descarrilarse. En esta visión aterradora de colisión, de colapso, hay algo extrañamente liberador. Aun así, me queda el consuelo del arte, y del hogar. Las ventanas cerradas, el chocolate haciéndose, los libros desordenados sobre la mesilla, la colada sin recoger en el tendedero portátil, la desilusión política, algunas visitas llenas de calor humano, la ausencia de alarmas y despertadores, los días confusos, las noches insomnes...
Materialmente estoy desahuciado. Quizás sea ese el pilar, la estructura... las notas del piano de Bach se posan sobre los grises de mis neuronas como pájaros desorientados que no han conseguido migrar. Hay una espera, quizás una esperanza, pero está rezagada, como yo mismo, entre el frío, las pelusas y la entropía de la segunda ley de la termodinámica.

martes, 1 de diciembre de 2015

"My favorite things"

Hay días en que conviene hacer listas de cosas que te gustan, como en la escena de Sonrisas y lágrimas en que estalla la tormenta:

Los nombres Casablanca, Samarcanda, Constantinopla
Las muñecas rollizas de los bebés
Los espejos de más de tres siglos, con manchas de azogue: en ellos lleva años reflejándose la vida humana sobre el mundo
Rameau, Vivaldi, Monteverdi, Purcell, Haendel y Bach
El crepitar de la leña en las chimeneas
El calor humano de las zambombas de Jerez
Los pesimistas alegres
Las axilas cuyo vello ha perdido fuerza
El chispazo de una conversación intimísima en un entorno ruidoso y jovial
La sensación de que la revolución todavía es posible
La amabilidad de los extraños
Una lengua siempre húmeda
La cocina de mi madre
El sonar de las llaves cuando mi padre entra en casa
Los trampantojos
Roma: via Giulia
El olor de un guiso hecho a fuego lento escapándose más allá de los límites de la propiedad privada
La voz celestial del contratenor Andreas Scholl
Cualquier novela con una escena que transcurra en una iglesia
Una cita de la Biblia por Carver o Cheever
Una recomendación en forma de artículo, "by Susan Sontag"
Un paseo acompañado por una ciudad dieciochesca, llena de pasajes abovedados, junto al Rin
Alguien que te tapa delicadamente la boca
El final, rotundo, metafísico, de Los anillos de Saturno, de Sebald
L'amour, l'après-midi, de Eric Rohmer. Su atmósfera. Sus reflexiones en off
Los monólogos de Mattew "Poderoso-Grano-de-Sal" O'Connor en El bosque de la noche, de Djuna Barnes
Las camas de hotel, su olor a efímero, su colchón elevado, su exceso de ropa
El mundo ajeno y confortable de los canales de televisión de un hotel en el extranjero
Un desayuno al sol
Un juego de mesa con amigos
Volver a casa solo después de una noche de juerga y cerrar la puerta al mundo exterior apoyando la espalda sobre ella
El poderoso olor a sudor de los teen-agers
Una empanada recién horneada
La primera luz de la mañana alumbrando un rostro desconocido que te gustaría formase parte de tu vida
Los ángeles custudios, los ángeles que te despiertan cuando no tienes despestador, los que te acuestan en tu cama cuando tienes frío y estás desorientado, los ángeles caídos, las plumas de los ángeles
Tu nombre en forma de susurro
Toda la obra de Agamben, llena de referencias clásicas, frases en latín, medievalismos y penumbras del pensamiento
Una iluminación estrafalaria escrita en mitad de la noche
Tener mucho dinero siempre en la cuenta, que todo lo gastado se repusiese por arte de magia
Greta Garbo que estás en los Cielos
Gary Cooper que estás en los Cielos
Los paisajes, trémulos, a punto de incendiarse, de Giorgione
"Remember me, but ah, forget my fate"
La oscuridad, las manos sobre el vientre, "je suis ton serveur"
Et incarnatus est.


viernes, 21 de agosto de 2015

Auto de fe

Hoy se ha levantado un fresco que, de alguna manera, pone fin a este verano. Un verano sin pena ni gloria. Un verano vacío, un poco lúgubre, sin vacaciones y sin novedades. He leído a Canetti y a Agamben, eso sí. Yo pensaba que los años me reconciliarían con el mundo, pero últimamente me veo quijotescamente atrincherado tras las tapas de los libros, como en mi adolescencia. Los libros te dan la vida que te quitan y te roban tus congéneres. Mi misantropía es muy particular, porque no sé estar sin amigos, sin familia e incluso sin desconocidos. Pero al igual que hay un sentimiento que se llama "vergüenza ajena", que ya solo siento con Rajoy, existe otra cosa que podríamos denominar "tristeza ajena", que es una especie de tristeza producida por todo lo que te es ajeno, un territorio que cada día crece más y más. Ayer fue un día bueno: estuve en una playa fantástica y escondida con gente maravillosa, divertida, educada, relajada, habladora, animosa y nada aburrida. Pero eso fue ayer. Hoy se ha levantado un fresco que anuncia colapso. Un día ideal para que se propaguen las llamas del incendio. Un día perfecto para un auto de fe.

miércoles, 24 de junio de 2015

San Juan

Hoy, noche del solsticio de verano, pasando el Sol por el trópico de Cáncer, la noche más larga del año, he terminado de escribir un relato corto. Hacía años que no lo hacía.
Lo he titulado Estancias y es la reelaboración de los apuntes de un sueño que tuve la semana pasada, de algunos recuerdos de infancia y de una historia que me aconteció el pasado fin de semana.
Se acaba de apagar una vela que encendí esta noche, para ahuyentar lo viejo y cansino que hay en mí mismo.
La tromba de agua que ha caído esta tarde ha refrescado el ambiente.
Mañana volveré a leer el relato y trataré de limar el tono y el fraseo. El contenido quedará básicamente igual. Debo reconocer que estoy satisfecho; simplemente satisfecho, que ya es bastante.
Menos mal que estoy fumando R1.
Mañana, hoy, es miércoles. Un miércoles de verano.

martes, 23 de junio de 2015

Intimidad

Quizás, mi concepto de intimidad se parezca mucho a un cuadro que he visto esta mañana en la exposición sobre Zurbarán (Zurbarán: una nueva mirada) del Thyssen. Es obra de Juan de Zurbarán, hijo del gran Francisco, al que mató la peste cuando ésta asoló Sevilla en 1649.
Representa un bodegón, el fondo originalmente oscuro (aunque ya más aclarado por el embarrado reiterado de betunes, esmaltes y barnices). La perspectiva, como otras veces en los Zurbarán, es imperfecta, lo que hace que los objetos representados parezcan estar, de alguna manera, flotando sobre la mesa en que pretenden apoyarse. En el centro hay una cesta llena de frutas de verano: albaricoques, brevas y manzanas. El mimbre de la cesta está primorosamente "tejido" y apretado. Es un mimbre fino y elástico, de esos que permiten alechugar la cesta cuando está vacía. En primer término, hay unos albaricoques, y a la derecha unas granadas abiertas, de un rojo intenso y casi ponzoñoso. Las semillas se precipitan sobre la horizontalidad oscura del cuadro como un collar de rubíes calientes... Las hojas del grupo de granadas se retuercen, pasando del verde más tierno a uno más amarillento, ocupando caprichosamente el lado derecho del cuadro...
Sin embargo, es en el lado izquierdo donde está el objeto más fascinante: sobre un platillo de plata descansa un bernegal de porcelana pintada en un azul muy desvaído, con delicadas asas y un ondeado casi imposible que serpentea por toda la boca. Este cacharro está lleno de agua: un agua sombría, como la de las pilas bautismales que, sin embargo, dan ganas de acercarse al cuerpo, ya sea a los labios o a otra parte de la cara. En este objeto hay una intimidad inextricable, absoluta e indisoluble.

martes, 16 de junio de 2015

Quietud


La casa estaba en silencio y el mundo en calma.
El lector convirtióse en el libro; y la noche estival
Era como el ser consciente del libro.
La casa estaba en silencio y el mundo en calma.
Las palabras fueron dichas como si no hubiese libro,
fuera de que el lector inclinado sobre la página
deseaba inclinarse, deseaba ser
el erudito para el cual su libro es real, para el cual
la noche estival es como una perfección del pensamiento.
La casa estaba en silencio porque debía estarlo.
La quietud era parte del significado, parte de la mente:
el acceso a la perfección de la página.
Y el mundo estaba en calma. La verdad en un mundo en calma,
donde no existe otro significado, él mismo
es calma, él mismo es verano y noche, él mismo
es el lector inclinándose hasta tartrde y leyendo allí.
La casa estaba en silencio y el mundo en calma, Wallace Stevens


J., que venía de Azerbaiyán, ha estado quedándose en casa un par de noches y hoy por la mañana se ha vuelto a Jerez. He desayunado con él temprano y luego me he vuelto a acostar. A pesar de la mañana luminosa y fresca, una sombra se cierne sobre mi casa: la falta de trabajo. Contemplo atónito, desde hace años, la destrucción de mi silo laboral: l'acqua è alta. Y no sé qué hacer... Entiendo que soy una persona capaz, podría aprender rápido, casi cualquier cosa, pero estoy perdido a este respecto. Después de dieciséis años de encierro en casa, frente al ordenador, no sé cómo funcionan las relaciones laborales, no sé pedir trabajo, no sé cómo venderme... ¿por dónde empezar?, ¿qué hacer? Estas preguntas me torturan, porque no hay nada que me produzca más terror que el colapso material, la vida miserable, la falta de dinero, las deudas... Mme Bovary. 
Antes de echarme a dormir, mientras recogía los platos del desayuno, que estaban manchados caprichosamente de mermelada, me he acordado de Wallace Stevens. Su nombre ha llegado de manera clandestina, como un perfume olvidado. ¿A quién le importa ya Wallace Stevens? Luego he tenido un sueño extraño y divertido: vivía en una sauna mixta. Bueno, no sé si "en" o muy cerca. Mi casa era como un plató de cine o como la hilera de váteres de un servicio público: las paredes no llegaban al techo. La casa se me llenaba de extraños en toalla a los que debía echar, a pesar de sus súplicas y agasajos. Cuando me he despertado he pensado en ir al gimnasio, pero he desechado la idea y me he ido al médico de cabecera a por recetas: escitalopram y limovan. Ya apenas me quedaban existencias. Así también le pedía consejo sobre esta tos que me sacude desde hace un mes y sobre mi voz quebrada y casi afónica. Me ha auscultado para descartar infección pulmonar (tampoco tengo fiebre) y me ha mandado unos antibióticos. Debo reconocer que me encanta ir al médico.
El pasado domingo, R. nos invitó improvisadamente a su casa a cenar roasted turkey. Después de escuchar y diseccionar algunas canciones de Cristina Rosenvinge y de beber unos vinos, R., que estaba un poco enfadada por una historia sentimental (de esas que vuelven a modo de ecos afantasmados) y que, al calor del vino, estaba francamente muy divertida y perspicaz en su protesta, se puso a bailar Champions of red wine, de The new pornographers. Estaba descalza y con un precioso vestido ceñido color naranja, moviendo las piernas y la cabeza de forma muy sensual. Su perro se puso a ladrarle... quizás no entendía por qué su dueña se convulsionaba con los ojos semicerrados al son de aquella preciosa canción. Los domingos siempre caen los telones, con la fuerza del agua. Los animales no saben que es domingo.
Ayer leí en The Paris Review of Books una entrevista a Lydia Davis en la que el entrevistador le preguntaba, a colación del dilema que se plantea el protagonista de su cuento Glenn Gould, cómo ser egoísta sin hacer daño a nadie... "By never marrying, and living alone and having long conversations in the middle of the night with a friend. And by never seeing that person", respondía. Es decir, dejando la menor huella sentimental posible
El estupoer me vence estos días. Estoy siempre como a punto de desvanecerme, de caer sobre la cama o sobre el sofá, de apartar el teclado para echarme a dormir sobre la mesa con la cabeza entre los brazos. Luego me rescata un golpe de viento fresco. Es como un brazo que te ayuda a levantarte del suelo, como un brazo que te invita a bailar: bailo un poco con los brazos pegados al cuerpo. Luego fumo y trato de pensar sin conseguirlo...


  

jueves, 11 de junio de 2015

Rudas y pasivas

En semanas como esta de escaso trabajo y actividades gratuitas por la tarde-noche, siempre tengo la sensación de que estoy jubilado. Cosa que me encantaría, por supuesto. Allí me veréis, en mitad de un océano de canas blancas y permanentes. Esta tarde voy al teatro, a la sala pequeña del Español, a ver la adaptación de El año del pensamiento mágico, de Joan Didion.
Hace un rato he enviado varios CV; también a Naciones Unidas en Ginebra, donde existe una vacante de revisor de español que ha salido a examen. Ya me conozco el final de estas solicitudes: es como tirar al mar un mensaje en una botella.
Ha llovido a raudales: ahora la calle está silenciosa como un palacio después de un baile de gala. Me gusta esta lluvia estruendosa del verano, que golpea y hunde los toldos de las tiendas y los bares, repiquetea sobre los veladores y luego fluye hacia las alcantarillas formando regueros aleatoriamente. Refresca la temperatura pero te permite observarla (el segundo plano como si estuviera detrás de una fina malla metálica) con las piernas al aire y en camiseta.
El otro día, en Mondo, un chico muy mono se nos acercó y estuvo bailando con nosotros toda la noche. Se llamaba Pablo y tenía la mirada atormentada de los santurrones de Zurbarán o Ribera, aunque su iris azulado y la tupida barba rubiasca recordaban a los conquistadores de América (era fácil imaginarlo con un casco de los de entonces, abollado, apostado sobre una roca, ante el ramal de un río caudaloso, bajo una vegetación exasperante que impide pasar la luz del sol): su ausencia de pasado daba lugar a un futuro peligroso y prometedor, localizado también en la comisura de los labios, que es hacia donde toda esta proyección se reducía y concentraba. Le espeté: ¿cómo te gustan los hombres? Y me dijo: rudos y pasivos (qué gran título para una nouvelle, n'est-ce pas?).
Por suerte estos microenamoramientos duran lo que una cabezada, un capricho, un acceso de locura. Luego ves el comportamiento prolongado de algunos de estos microenamoramientos, en cenas o reuniones pasados algunos meses y te dices: "menos mal que me aparté de este cáliz".
En la plaza Matute hay en un portal un azulejo que reza: "Cristo, aparta de mí todo lo que me aleja de ti".
Vivo en un mundo perezoso e indolente, que se levanta y se acuesta sin hacer la cama.
Me encuentro con este poema mío, escrito hace unos años:
Si te levantas de la siesta como expulsado de una densa nube de polvo,
si hay un aire de rémora a tu alrededor (y tras la ventana),
que todo lo embarga y desordena;
si la identidad de las cosas está perfectamente partida
como el embozo de una cama de hotel,
y todo tiene el aspecto de un ennegrecido cuadro mitológico marino
(de alguna escuela de tercera o cuarta fila),
si intuyes que los bellos compases del rondó
se tocaron minutos antes en una habitación contigua a ésta,
quizás haya llegado el momento de hacer una profunda reverencia
a ese dios descarnado de lo desconocido
que te ha abierto la verja herrumbrosa de su jardín secreto.
El otro día te habló con los ojos inyectados de vida concentrada,
con toda su antigüedad y apenas treinta años,
en un formato ahorro como de lengua muerta,
y una cortina de opacidad lluviosa al fondo.
Tú no entendiste nada...
aunque quedaste harto tocado, profundamente emocionado, despierto para siempre.
Ese dios te ha hecho una revelación afortunada
que todavía no puedes apreciar.
Crees que ha venido a contarte una historia de corazones y cartas bajo tierra,
a anunciarte la próxima llegada de ese ángel de plumas empalagosas
con los pies tiznados de hollín...
pero estás equivocado.
Ese dios está en ti,
en la distancia prudente que guardas al acercarte a los espejos,
al asomarte a los acantilados de las estampas de Friedrich.
En el tormento leve que te devuelven las fotografías,
agazapado entre tus manos y los que siguen siendo tus dedos,
y la tapa del librito azul que descansa en tu mesilla.
Allí está con su cara de dios satírico pero hermoso,
descubriendo que el tiempo se cuelga pero pasa,
advirtiéndote, con su inflexión tonante,
de ese miedo ancestral a dormir en alcobas con dos camas gemelas
y deshacer sólo una.
¿Es un poema de tipo dios-deseante? ¿O de tipo dios-deseado? Me decanto más por la primera opción.
Una consigna: no os refugiéis en el amor como última y desesperada forma de heroísmo. Haced el amor al tiempo que la guerra. Dejad a vuestros novios y mujeres, a vuestros amantes, a vuestros hijos e hijas, y ¡EMPUÑAD LAS ARMAS! Doblar la cabeza, levantar una ceja y esbozar media sonrisa: cómo cuando descubres un detalle. Así te gustaría posar para un retrato. De cuerpo entero. A tus pies, dos calcetines tirados y deformes, uno de ellos saliéndose del marco, como condones usados.

Las nubes de Sils Maria

Existe un fenómeno natural, en los Alpes, conocido como Majola Snake, la serpiente de Majola. Se trata de un banco de nubes que, procedente del Adriático, se condensa al llegar a las montañas y se desliza por debajo de sus cumbres como si fuera una serpiente. Los lugareños lo consideran augurio de mal tiempo, de cambio de estación. En 1924 - año, curiosamente, de publicación de La montaña Mágica, Arnold Fanck lo filmó y nos dejó sus imágenes en blanco y negro para la posteridad. Es la película dentro de la película que encontramos en The clouds of Sils Maria (El viaje a Sils Maria), la última película de Olivier Assayas, que hoy he ido a ver al cine.
Majola Snake es también el título de la pieza de teatro que catapultó la carrera, cuando era joven y desconocida, de la protagonista del film, Maria Enders (Juliette Binoche). La obra relata la historia de dos mujeres: una joven y trepa secretaria (Sigrid) que seduce a su patrona (Helena), una mujer de éxito, ya madura, que desarmada y en busca de ruina (la ruina es la expresión final de lo prodigioso), reconoce en Sigrid a su perfecta arma cargada y sucumbe ante ella a modo de expiación, de último gran gesto vital y romántico. El autor de la obra, que vive retirado en Sils Maria, muere justo cuando Maria llega a Suiza para recoger en su nombre un premio honorífico a su carrera. Es entonces cuando un director teatral en boga le propone representar de nuevo la obra, pero esta vez en el papel de Helena. Maria, que está en pleno "cambio de estación" y padece una gran crisis como mujer y como actriz, decide aceptar el desafío, pese a sus muchas reticencias, y se retira unos meses a Sils María, el refugio de su amigo el escritor fallecido, para preparar el personaje junto a su ayudante y coach (Kristen Stewart). Maria parece seguir entendiendo mejor la juventud y el arrojo de Sigrid al tiempo que detesta el personaje de Helena, que le parece patético e increíble, una mártir trasnochada, y que, además de colocarla frente a un espejo poco halagüeño, en un acceso de superstición, le recuerda a la actriz que lo interpretó cuando ella era joven, muerta en un fatal accidente de tráfico un año después de finalizar la obra. Maria está en pleno divorcio, su amigo y mentor acaba de morir y su juventud se escurre a la velocidad de un cubito de hielo que apretamos con fuerza en la mano en pleno verano. Maria se siente vulnerable y desconcertada por la elección de Jo-Ann, la actriz que hará de Sigrid, todo un filón comercial, una veinteañera que hace de superheroína en blockbusters de Hollywood y que casi es más conocida por sus escándalos en TMZ y en las redes sociales que por su trayectoria profesional. Durante los diálogos que Maria tiene con su assistant (que también le da la réplica en las lecturas de la obra), esta, una chica joven y estadounidense (Kristen Stewart) defiende la honestidad de la niñata, su versatilidad como actriz, y sirve continuamente de contrapunto reflexivo a Maria en sus continuas dudas sobre el personaje de Helena, el de Sigrid, el paso del tiempo, la interpretación, los nuevos tiempos, la cultura del espectáculo y el espectáculo de la cultura, la fama viral, Internet, Google, Hollywood, el cine de autor, la vejez y la juventud, la crueldad y el sacrificio, la inocencia y la iniciación... 
Esta segunda parte en Sils Maria, que ocupa casi todo el grueso de la película y que, en un principio, parece remitir a Eva al desnudo (Mankiewicz), pasa a convertirse en un episodio de vampirización parecido al de Persona (Bergman) hasta terminar con una despararición similar a la de La aventura (Antonioni). El epílogo en Londres, que es donde por fin se está representando la obra de teatro, resulta especialmente esclarecedor con los personajes, y más en concreto con el de Maria, que parece haber aceptado no solo el papel de Helena sino su propia extinción como actriz mediática. Aunque casi al final de la película hay un wishful thinking, personificado en el director debutante de ciencia ficción al que parece no interesarle la celebrity joven de su generación y le propone un papel de mutante a una incrédula Maria, el último plano es un precioso fundido gradual de la cara de Binoche, justo antes del ensayo general de la obra.
The clouds of Sils Maria, una superproducción a la europea, con reparto internacional y rodada en inglés, es enormemente metadiscursiva, a la manera de Birdman, con una Kristen Stewart justificándose a sí misma como actriz, y una Binoche sublime (posiblemente una de las mejores actrices del mundo: toda ella contagia) haciendo de sí misma; sin embargo, a diferencia de Birdman, es menos efectista: los fundidos en negro que separan una escena de otra son como la vida misma, cuestiones abiertas, a veces sin respuesta, como los días que pasan, como las estaciones, hilos de diálogo que se abren y se cierran abruptamente, porque alguien tiene hambre, se duerme o se enfada. O simplemente porque es incapaz de llegar más lejos en su reflexión. O porque hace un chiste. O estalla. Una condensación de nubes serpenteantes y gaseosas que, bajo las firmes cimas de los Alpes, corazón de la Vieja Europa, escenario de los paseos en esquí de Hans Castorp y refugio del gran Nietszche, nos hacen recordar la cita de Baltasar Gracián dentro de la peli: "destacar y saber cómo mostrarlo, es destacar dos veces".

sábado, 6 de junio de 2015

Je regarde, donc je suis

He dado un largo paseo y luego he nadado en la piscina, que estaba muy tranquila a las tres de la tarde.
Cuando pienso en dejar de fumar, algo que debo hacer con urgencia, me cabreo. Me recuerda que envejezco. Quiero fumar (vivir) eternamente.
¿Nostradamus? te preguntas mientras ves tu reflejo con la gorra naranja en algunos escaparates en los que el sol directo y la sombra de los árboles producen un efecto de muebles quemados, objetos indefinibles de pintura de Bruegel y columnas de humo en lontananza. Los bancos están cerrados hoy sábado.
Observo las coronaciones de los edificios nobles de Chamberí, los árboles titilando en derredor, como campanillas de esas que se colgaban antiguamente en las entradas de las casas.

Desprendimiento

Camino de vuelta a casa después de haber cenado con F. y sus sobrinos. El mayor tiene ya nueve años. Cómo pasa el tiempo. Hace una noche estupenda, incluso calurosa, y es viernes. En mis auriculares suena a todo volumen Sombra mai fu, de la ópera Xerxes. Me voy cruzando con chicos guapos... casi todos me lo parecen, a diferente escala: sus pantalones cortos, la pelusilla de sus pantorrillas, sus deportivas combinadas con calcetines tobilleros de algodón blanco, tan sexies, bronceados y turgentes. Muchos van en grupo, riéndose y hablando en voz alta. Pero otros van solos, caminando con ese aire preocupado y atractivo, fingidamente serio, la mirada vehemente y perdida. Cuando le conté a mi psicoanalista lo mucho que me gusta observarlos de unos años a esta parte, como si fueran un paisaje sin fin, me dijo que era una forma de angustia: complejo de castración. Como cuando tienes vértigo y fijas la vista en algo, para evitar la sensación de vacío y desprendimiento. Sin embargo, hoy los miro como si fueran una propiedad ajena, como cuadros de un museo; sé que ellos y yo solo compartimos un mismo espacio: mi vista los acaricia con la renuncia con que tocamos las plantas que nos rozan al abrirnos camino por el bosque. Las mismas partículas... pero ordenadas de forma diferente. Creo que de esta comunión en la distancia, renunciante, consciente de la alteridad inaprensible, hablaba Bersani en su Homos al referirse al protagonista de El inmoralista de Gide, cuando le "bastaba" con tenderse al sol junto a otros cuerpos bajo las palmeras de Túnez.
El ojo es el más insaciable de todos los órganos. Todo desfallece, excepto el ojo.
Cuando llego a casa abro el libro de Simic y leo lo que he subrayado esta tarde: "los gatos saben que la pereza es divina".

jueves, 4 de junio de 2015

Toda defensa de la poesía es una defensa de la locura

Mi padre tenía deudas espectaculares. Tomaba dinero prestado siempre que podía y pagaba sus facturas solo cuando era necesario. Podía perfectamente gastarse el dinero del alquiler la noche antes del plazo convenido. Yo vivía atemorizado por mis caseros y caseras mientras que él parecía indiferente a todo. Nos veíamos después del trabajo y mi padre proponía cenar en un restaurante francés; yo me resistía , consciente de que planeaba gastarse el dinero del alquiler. Se ponía a describir los platos y el vino que íbamos a tomar con toda clase de detalles seductores, y yo insistía en recordarle el pago del alquiler. Entonces me explicaba lenta y cuidadosamente, como si hablara con un débil mental, que uno nunca debía preocuparse por el futuro. "Nunca seremos tan jóvenes como lo somos esta noche - decía -. Si somos listos, mañana encontraremos la manera de pagar el alquiler". Al final, ¿quién se atrevía a llevarle la contraria? Yo nunca lo hice.
Charles Simic, El monstruo ama su laberinto (Cuadernos)

Te persigue

He ido hoy al cine a ver It follows, la película de terror. Se trata de una película con atmósfera, de tempo "lento" y aspecto indie. Durante la primera media hora me ha parecido que planteaba un juego de metonimia fascinante: tras un prefacio impresionante, que juega mucho con el fuera de campo y el plano abierto (cosa no muy frecuente en el terror mainstream), en que observamos cómo una chica huye de "algo" que los demás no captan hasta acabar muerta en la playa, vemos a la protagonista en su primera cita sexual con un chico y cómo este le "pasa", a través del coito, una maldición: lógicamente he pensado que era una reflexión sobre las enfermedades de transmisión sexual, y especialmente, sobre la abeja reina de todas ellas, el sida. El cáncer es una implosión: te destruye a la vez que te convierte en héroe. Con el sida ocurre algo opuesto: nadie lo ve (porque es una enfermedad que tiende a ocultarse y no se quiere ver: actualmente es una enfermedad fuera de campo) que, sin embargo, te persigue como una condena. Así que bueno, con el telón de fondo de un Detroit détruit, he pensado que la película era una metáfora sobre esta enfermedad (oh, Sontag) y que trataría sobre la culpa, la valentía/inconsciencia/negacionismo (encarnados en el vecino de enfrente, que no quiere ver el peligro), el miedo, el contagio, la intimidad y el tropo del "armario" (el secreto) o la incredulidad ajena (la locura). Al cabo de media hora, he desechado esta idea y he pensado que la película giraba hacia una metonimia parecida pero más conservadora: la virginidad. El cuerpo como templo que, en tanto que recinto sagrado, debe tener sus entradas vigiladas y controladas. La ofrenda no puede ser gratuita, debe estar consagrada. Nadie mejor para limpiar la profanación que aquel chico con el que hemos sentido el primer amor: la inocencia del primer beso, la piscina, el chico de clase un poco feucho que siempre nos ha deseado con ternura... durante este momento, un tanto conservador, repito, pensé que se haría un planteamiento interesante en torno al binomio inocencia/iniciación y que, con esos destellos de psicoanálisis a los que se presta la presencia del fantasma encarnado en el padre de la protagonista (el chico que le "pasó" la maldición ya le advirtió: "ese que te sigue podrá aparecerse en forma de desconocido o de alguien a quien conoces y quieres; no dejes que te toque"), la cosa se pondría interesante...
Al final la peli seguía su propia ilógica lógica narrativa y carecía de interés metonímico. Ni siquiera funcionaba como película de terror: demasiadas incoherencias internas, deus ex machina y un metraje eterno: el clásico chicle que tiene un minuto de intensidad y luego se afloja hasta la extinción.
Yo siempre lo "paso mal" con las películas de terror. Me llevo la mano a la cara como los niños pequeños y no puedo enfrentarme con los ojos bien abiertos a ellas. En esta, debo decir, tanto la música como los planos más cerrados y lentos, te advertían del peligro: no era la clásica película de repullos.
Una película con buena apertura, cierta atmósfera y un planteamiento fascinante... pero fallida. No, no creo que me persiga.

P.S. Hay películas que te enseñan un juego: como María Antonieta o Malditos bastardos. Esta es una de ella. Consiste, cuando estás con tu/s compañero/s de juego en un sitio lleno de gente, en elegir a uno entre ellos. Elegirlo para ser él o ella, para intercambiar tu vida por la de él o ella. Luego, tu/s oponente/s deben averiguar a quién has elegido y por qué lo/s has elegido. Divertido, ¿no?

martes, 2 de junio de 2015

La vida secreta

Hoy he pasado, como diría Jonathan Franzen, un día secreto. Básicamente porque no lo he compartido con nadie y nadie me ha observado, aunque fuese por un par horas. Un día solitario. Después de tomar mi smoothie, unos cereales con leche y el café, y a sabiendas de que la mayoría de mis empresas no se pondrían en contacto conmigo puesto que en Barcelona es día festivo local, según la respuesta automática que me ha devuelto el correo después de enviar un "estoy disponible" a mis agencias (porque nada más terrible que enfrentarse a este lunes 1 de junio sin apenas dinero en la cuenta y sin ninguna tarea laboral con la que hacer frente a este restablecimiento del sistema vertical que es todo lunes), he decidido hacer vía telemática unos trámites pendientes con la Seguridad Social y con la Agencia Tributaria. Como tengo el certificado digital caducado, todo ha sido infructuoso. Incluso pantanoso: porque intentar actualizar el certificado a través de enlaces e hiperenlaces ha sido penoso y frustrante. Al final he solicitado cita física en Hacienda para mañana por la mañana. Vamos, que me he saltado el refrán de "En martes ni te cases ni te embarques (ni vayas a Hacienda)".
Quería cocinarme algo contundente para empezar la semana, pero al final, sin empuje, fatigado por mi conflicto con la Administración, me he tirado en la cama cuando casi eran las dos: me he quedado dormido leyendo a John Berger, un libro de prosa mediocre que me compré porque caí en el engaño del marketing editorial y alguien lo comparaba con Los anillos de Saturno, de Sebald. Mientras mis ojos paseaban por los renglones de Berger iba pensando en qué hacerme de comer. No recuerdo exactamente el momento, como suele pasarme, pero tanto el libro abierto como yo nos hemos derramado sobre las sábanas. Cuando me he levantado eran más de las tres y media y el calor se había aposentado en mi habitación como si el sueño hubiese actuado de caldera. Con gran esfuerzo he salido a la calle. Siempre que salgo a la calle sin rumbo fijo y como por obligación acabo en El Corte Inglés. Allí he comprado gazpacho en brik y una empanada de atún con la que te regalaban una pequeña porción de empanada de carne. También he comprado cigarrillos y halls extrafuertes, porque uno siempre debe comprar la bula a su pecado. A pesar de estar sin blanca, me he acercado a La Central a retirar y comprar unos libros que tenía encargado: he apartado del lote el más contemporáneo de todos, La enfermedad, de Alberto Barrera Tyszka, por eso de hacer ahorro y me he llevado Dialéctica y canibalismo de Cardín, El monstruo ama su laberinto, los cuadernos del poeta estadounidense de origen serbio Charles Simic, y Lancha rápida de Renata Adler. Los libros del mes han alcanzado unos 40€.
He vuelto a casa y después de comer casi a las 17 horas, me he tirado en la cama a leer. Coloco los libros que estoy leyendo en el lado que no utilizo de la cama: en el lado de los amantes. Allí los esparzo, como si fuesen un picnic sobre la hierba. Costumbres solitarias. Luego me he pasado de la cama al sofá, porque mi dormitorio lo tengo siempre en penumbra y me resulta muy deprimente encender la lámpara de la mesilla de noche antes de que anochezca. Me he leído el prólogo de Ramón Valdés al libro de Cardín, que me ha familiarizado con algunos términos de la antropología (como emic y etic), que es una disciplina que no controlo demasiado.
Podría pasarme toda la vida que me queda en horizontal, llenando el espacio en el que vivo de hojas muertas llenas de vida, leyendo desordenadamente la vida de esas hojas muertas, como si fuesen la promesa de una nueva vida posterior a la resurrección. Posiblemente todo el tiempo que he dedicado a la lectura en esta vida no me traiga ningún rédito: salvo el rédito de hacer que haya pasado el tiempo, mi tiempo, y que mi tiempo se abriera a otros tiempos y otros espacios. La lectura del prólogo de Valdés me ha llevado a intentar buscar un artículo publicado por Haro Tecglen en El País, en 1994, titulado "La muerte en Wembley". Cardín murió de sida, como el hijo de Haro Tecglen, por aquellos años. Arqueología del dolor. Arqueología del duelo. Pero no he encontrado el artículo: la wifi de mi móvil me falla y El País parece haber borrado ese artículo como se borraron aquellos años de pandemia y muerte. Así que he pasado a los cuadernos de Simic, que son recuerdos inconexos, anécdotas. Me gusta la escritura fragmentada y fragmentaria: el mundo es inabarcable e incomprensible; uno solo puede aspirar a asirlo brevemente, como cuando tomamos aire en ese medio hostil que es el agua.[¿Por qué nadamos y nos sumergimos en esa masa espesa que nos debilita los sentidos (la vista y el oído, especialmente)? ¿Por qué nadar es placentero? ¿Es una forma de olvido o quizás una forma de grato e inconsciente recuerdo prehistórico (de cuando no respirábamos y éramos como peces antes del nacimiento)?]. Simic enlazaba una serie de recuerdos cuyo telón de fondo es la segunda guerra mundial en Belgrado. El bombardeo de Belgrado. La "Operación Castigo" previa a la ocupación de los Balcanes por parte de las potencias del Eje. Durante unos minutos, con el móvil bajo de batería en la mano, he estado pensando en la actual inexistencia de Yugoslavia, país con un principio y un fin, cuya situación geográfica y existencia yo estudiaba en el colegio, un país que solo existió por un tiempo limitado, o muy limitado...
Hace tiempo que encendí la luz artificial del salón: mi lámpara seta que tengo en el banco-aparador y el feísimo flexo que tengo detrás de la pantalla del ordenador. Estoy escuchando Hejira de Joni Mitchell y mientras escribo mi día secreto para, de alguna forma, exorcizarlo y que deje de serlo, o quizás para que lo sea para siempre, escucho a los vencejos en su ritual vespertino. De nuevo es junio. El calor se ha impuesto y la primavera solo la he notado como afección... Muchos amigos y familiares cumplirán años en breve. En mi vida hay muchos géminis. Mi día solitario me he hecho pensar en esas pequeñas miserias humanas que nos sacan del aburrimiento y que que llegan en forma de whatsupps de amigos o de estados facebookianos: esos momentos de inseguridad frente a la gente con la que nos cruzamos mucho o poco, esos conatos de enfado, esas rozaduras que nos producen la convivencia con los otros, esas torpezas humanas. Hoy no las entiendo. En realidad, hace mucho tiempo que dejaron realmente de importarme. Aunque yo me haya visto envuelto, inevitablemente, en alguna de ellas...   
También he terminado de ver la entrevista que le ha hecho Pablo Iglesias, en La Tuerka, a Toni Negri, el autor de Imperio. Ese libro fundamental. La entrevista me ha dejado confundido, pero es muy recomendable.
En realidad mi mente no descansa porque tiene un desafío que, de antemano, no sé cómo resolver salvo por efecto de un gran azar: cómo conseguir dinero. El dinero, y más que él, todo el entramado vital que articula (tiempo libre, sosiego material, acceso a los placeres, vida artística, dedicación laboral, paz de espíritu, apetito) es mi obsesión más profunda y recurrente. Mis miedos más profundos están muy arraigados a verme desprovisto de él, a tener que luchar por él con uñas y dientes. Es una batalla para mí perdida. Las cosas que más valoro en la vida dependen, desgraciadamente, del dinero pero yo no sé cómo lidiar con él. No creo en el trabajo productivo. Pero solo el trabajo productivo da dinero. Por desgracia, tengo alma de rentista. De persona improductiva y ociosa. De último vástago de un imperio comercial en decadencia. No creo en la realización mediante el trabajo. Necesito un golpe de suerte con el dinero: necesito el dinero justo para no tener que pensar más en él.


jueves, 28 de mayo de 2015

24/7

24/7 significa que no hay intervalos de calma, silencio, o descanso y retiro. Igualmente importante es que se trata de una condición de exposición y visibilidad permanentes, un mundo iluminado ininterrumpidamente en el cual nada de lo íntimo puede permanecer oculto o en el ámbito privado. Es sinónimo de la implacable traducción a valor monetario de cualquier intervalo de tiempo posible o de cualquier relación social concebible, de hacer todos los elementos de nuestras vidas convertibles a los valores del mercado. La mayoría de los motores básicos de la vida humana —el hambre, la sed, el deseo sexual, y, desde hace poco, la necesidad de amistad— han sido transformados artificialmente en formas mercantilizadas o financializadas. Sin embargo, la gran excepción es el sueño. El sueño, en cambio, representa esa parte de las necesidades humanas y de los intervalos de tiempo que no pueden ser colonizados o conectados a una enorme máquina de obtener rentabilidad. Lo extraordinario del sueño en esta era es que de él no se puede extraer absolutamente ningún valor monetario.
"La vida sin pausa", Jonathan Crary; artículo publicado en El País el 24 de mayo de 2015, día de elecciones municipales y autonómicas en España: noche en la que el PP fue puesto en jaque.
Cuando la otra noche, ya entrado el día 25, después de los resultados electorales, que no viví con la alegría que merecían, puesto que mi sed de venganza contra el PP y toda su fealdad no quedó en absoluto colmada, leí este artículo, mi exigua alegría quedó del todo menoscabada. Tuve la sensación, quizás sugestionada, porque en estos últimos meses ando químicamente al borde del quebranto, de que aquello que parecía tierra firme no era más que un pequeño islote, incluso una ilusoria fata morgana. Vivimos en un mundo veloz, vertiginoso. El exceso de información, el exceso de opciones a las que creemos tener acceso, de infinitas elecciones diarias entre una gran sinfín de mercancías y deseos, esa continua pick-up ability, que vemos como el súmmum de la libertad, nos ha atrofiado la voluntad. Hay una luz que no se apaga nunca. Es como un foco que nos ciega, paralizándonos y sometiéndonos a un gran torpor.
Cuando estuve viviendo en París, quizás porque venía de vivir en Jerez, donde el exceso de aburrimiento te obligaba a la invención de toda una vida que al final era de todo menos aburrida, descubrí lo importante que era la distancia. La gran ciudad me parecía inabarcable, el invierno larguísimo, la gente áspera y remota y la lengua extranjera en la que se comunicaban me hacía sentirme como suspendido en el lenguaje, en una piscina donde no haces pie. Eso fue después de haber vivido de joven en París, después de visitarla muchísimas veces, después de haber mantenido con ella una relación a distancia absolutamente próxima. Pero en esta segunda ocasión, pasado el verano en que decidí mudarme llegó noviembre y todo se enrareció como las siluetas de los árboles pelados del Buttes-Chaumont, que veía desde el balcón de mi casa en rue Manin. De alguna forma, me resultaba enormemente costoso darme a conocer, gustar, penetrar en las vidas ajenas: mi existencia, mi relación con el mundo, con ese mundo, resultaba ser una mala traducción. Algo no casaba. No es que me sintiera cola de león, no. Me sentía cola de ratón. No había encontrado la distancia perfecta entre yo y el mundo, ni la ambición de mi mirada: levantaba la vista hacia los segundos o terceros pisos de los edificios hausmannianos de la otra acera, observaba los interiores iluminados artificialmente, descortinados, y seguidamente fijaba la mirada en la noche espesa de nubes, reflejada de una luna debilitada.
En Madrid he encontrado la distancia perfecta con las cosas. Mi relación con el espacio, y todos los sentimientos y expectativas que esparcimos sobre él, es armoniosa y perfecta.
Ahora mi reto vital está en relación con el tiempo. Últimamente solo me paro cuando duermo. Me levanto con tal ansiedad que ni siquiera me recreo en lo que sueño, algo que la mayor parte de las veces olvido. Debería tener un cuaderno a mano y apuntar a lápiz lo que sueño. Debería, pero no sé si lo haré. Normalmente apunto ciertos pensamientos en libretas. Son urgencias, ráfagas que luego tengo que elaborar con palabras. Tengo muchas de estas libretas diseminadas por mis habitaciones, escritas con distintas tintas (a veces, a lápiz) y, por el trazo, con determinada luz o apremio. Vienen a una hora en que todo está recogido: la casa, la calle, yo mismo ante la noche que parece extensa: es esa hora entre perro y lobo, las dos, las tres de la mañana de un día entresemana. Ese es mi tempo. Pero aún no he hallado cómo hacerlo coextensivo a mi rutina a lo largo del día.
"El deseo es el apetito acompañado de la conciencia del mismo", decía Spinoza.
Isa me acaba de recomendar un libro que me ha abierto el apetito como pocas cosas en estos últimos meses: se llama Lancha rápida y es de Renata Adler. El título y la autora tienen una sonoridad suculenta. ¿Un sleeper como las Noches insomnes de Elisabeth Hardwick? 
A veces me pregunto si mi apetito es solo un ascua o si, por el contrario, mi deseo es una chispa con disposición aún incendiaria...

miércoles, 20 de mayo de 2015

Hindu Kush

Y una mañana volví a encontrarme camino del Turquestán. Tras haber emprendido la marcha cuando todavía era de noche, vi surgir en el crepúsculo la lejana cordillera azul, fría, coronada de nieve y de una apariencia espléndida. "Por segunda vez el Hindu Kush", lo sabía, pero ahora todos los nombres contaban y quedaban grabados en mi memoria, descubría más valles, más cimas, y hacia el mediodía me reconfortó y alegró hallarme de nuevo en un vergel donde ya había acampado una vez...
Annemarie Swarzenbach, Todos los caminos están abiertos
Reinauguro bitácora. Transcurrido más de año y medio desde que "mandé de paseo" a La prisionera, retomo aquellos, estos apuntes, bajo el mismo seudónimo, que ahora también le sirven de título: La fugitiva. Como en la saga de Proust, o como en el libro de viajes de Swarzenbach, quiero pensar que todos los caminos están abiertos a partir de ahora. Quizás me haya impuesto estos apuntes como disciplina, o como ejercicio de memoria, frente al desagüe de energía capitalista que es Facebook, con sus estados de obsolescencia programada, impulsivos e inconsultables.
En unos meses cumpliré 39 años, y será el último agosto que cumpla treinta y tantos. Hoy en el baño, quizás por ser el único lugar de casa donde me examino frente al espejo, al ser este el único espejo que enmarca mi cara apartándola cruelmente del resto del cuerpo, que permanece casi en su totalidad recogido en mi confín, salvo, insisto, ese rostro que se me adelanta, he reflexionado, digo, sobre esta década de los treinta, de mis treinta. Y la he visto como una segunda adolescencia, no solo porque haya sido loca, inquieta y renaciente, sino porque ha sido difícil y, de algún modo, dolorosa o doliente. Quizás sea más ajustado quitarle la "s" y hablar de "adolecencia": algo que adolece. En estos años de rupturas, cambios de domicilio, plegarias desatendidas y presagios acogidos; en estos años también de encuentros luminosos, alegre desenfreno y hallazgos imperecederos, que no sé hasta qué punto han pasado a trote o a galope, porque a veces la vida me resulta enormemente tediosa y aburrida, y otras venturosa y extraordinaria, y entonces es como asistir a ese segundo, confuso, posterior al encuentro entre dos trenes estacionados, en que no sabes si es el tuyo o el que está al otro lado de la ventanilla el que retoma el camino; en estos años, digo, "une petite douleur exquise" se ha instalado en mí, en cada una de mis células, en esa mirada velada que a veces me descubren las fotos, en mi aparatosa aunque sincera forma de reír, en mis canas y en mis contracturas. Ese dolor lo he ido aprisionando, porque salvo con el dinero, siempre he sido muy poco desprendido con las cosas que me ha costado conseguir: tengo el afán coleccionista de los melancólicos. Un dolor cautivo, recluido, mimado. Un duelo infinito.
Un hombre al que amé caprichosamente, con la intermitencia del azar que imponía nuestros encuentros, un hombre que era algunos años mayor que yo y que se había recluido voluntariamente en un pueblo a algunos kilómetros de Madrid, matemático y músico, me dijo un día, un día que habíamos venido prolongando desde el día anterior (un día al que habíamos travestido de noche), que en un futuro no muy lejano vería toda esta etapa como una convalecencia y que ese dolor que yo había cultivado, que no era más que ego, el ego, y esto lo añado yo, del aristócrata al que, pongamos, un régimen comunista hubiese expropiado su palacio y lo hubiese confinado a un apartamento de dos habitaciones, haciéndole amontonar de manera poco vistosa sus posesiones más devaluadas aunque más valiosas, ese dolor del ego irredento cercenado en su propio cuerpo finito, ese dolor desaparecería.
Así pues, trataré de hacer caso a lo que en su momento me pareció pura condescendencia y me prestaré a fugarme de mi propia prisión. Tempus fugit. El arte de la fuga. El contrapunto que busca cierto equilibrio armónico. Ahora que, groso modo, transcurrida una década, empiezo a tomar conciencia del tiempo que se escapa, trataré de espaciarlo en estos apuntes, de convertirlo en tempo. Frente al tiempo en fuga, la huida hacia adelante de la ficción, al imperativo del cursor, siempre en avance.
En fuga continua de mi propia prisión.