martes, 16 de junio de 2015

Quietud


La casa estaba en silencio y el mundo en calma.
El lector convirtióse en el libro; y la noche estival
Era como el ser consciente del libro.
La casa estaba en silencio y el mundo en calma.
Las palabras fueron dichas como si no hubiese libro,
fuera de que el lector inclinado sobre la página
deseaba inclinarse, deseaba ser
el erudito para el cual su libro es real, para el cual
la noche estival es como una perfección del pensamiento.
La casa estaba en silencio porque debía estarlo.
La quietud era parte del significado, parte de la mente:
el acceso a la perfección de la página.
Y el mundo estaba en calma. La verdad en un mundo en calma,
donde no existe otro significado, él mismo
es calma, él mismo es verano y noche, él mismo
es el lector inclinándose hasta tartrde y leyendo allí.
La casa estaba en silencio y el mundo en calma, Wallace Stevens


J., que venía de Azerbaiyán, ha estado quedándose en casa un par de noches y hoy por la mañana se ha vuelto a Jerez. He desayunado con él temprano y luego me he vuelto a acostar. A pesar de la mañana luminosa y fresca, una sombra se cierne sobre mi casa: la falta de trabajo. Contemplo atónito, desde hace años, la destrucción de mi silo laboral: l'acqua è alta. Y no sé qué hacer... Entiendo que soy una persona capaz, podría aprender rápido, casi cualquier cosa, pero estoy perdido a este respecto. Después de dieciséis años de encierro en casa, frente al ordenador, no sé cómo funcionan las relaciones laborales, no sé pedir trabajo, no sé cómo venderme... ¿por dónde empezar?, ¿qué hacer? Estas preguntas me torturan, porque no hay nada que me produzca más terror que el colapso material, la vida miserable, la falta de dinero, las deudas... Mme Bovary. 
Antes de echarme a dormir, mientras recogía los platos del desayuno, que estaban manchados caprichosamente de mermelada, me he acordado de Wallace Stevens. Su nombre ha llegado de manera clandestina, como un perfume olvidado. ¿A quién le importa ya Wallace Stevens? Luego he tenido un sueño extraño y divertido: vivía en una sauna mixta. Bueno, no sé si "en" o muy cerca. Mi casa era como un plató de cine o como la hilera de váteres de un servicio público: las paredes no llegaban al techo. La casa se me llenaba de extraños en toalla a los que debía echar, a pesar de sus súplicas y agasajos. Cuando me he despertado he pensado en ir al gimnasio, pero he desechado la idea y me he ido al médico de cabecera a por recetas: escitalopram y limovan. Ya apenas me quedaban existencias. Así también le pedía consejo sobre esta tos que me sacude desde hace un mes y sobre mi voz quebrada y casi afónica. Me ha auscultado para descartar infección pulmonar (tampoco tengo fiebre) y me ha mandado unos antibióticos. Debo reconocer que me encanta ir al médico.
El pasado domingo, R. nos invitó improvisadamente a su casa a cenar roasted turkey. Después de escuchar y diseccionar algunas canciones de Cristina Rosenvinge y de beber unos vinos, R., que estaba un poco enfadada por una historia sentimental (de esas que vuelven a modo de ecos afantasmados) y que, al calor del vino, estaba francamente muy divertida y perspicaz en su protesta, se puso a bailar Champions of red wine, de The new pornographers. Estaba descalza y con un precioso vestido ceñido color naranja, moviendo las piernas y la cabeza de forma muy sensual. Su perro se puso a ladrarle... quizás no entendía por qué su dueña se convulsionaba con los ojos semicerrados al son de aquella preciosa canción. Los domingos siempre caen los telones, con la fuerza del agua. Los animales no saben que es domingo.
Ayer leí en The Paris Review of Books una entrevista a Lydia Davis en la que el entrevistador le preguntaba, a colación del dilema que se plantea el protagonista de su cuento Glenn Gould, cómo ser egoísta sin hacer daño a nadie... "By never marrying, and living alone and having long conversations in the middle of the night with a friend. And by never seeing that person", respondía. Es decir, dejando la menor huella sentimental posible
El estupoer me vence estos días. Estoy siempre como a punto de desvanecerme, de caer sobre la cama o sobre el sofá, de apartar el teclado para echarme a dormir sobre la mesa con la cabeza entre los brazos. Luego me rescata un golpe de viento fresco. Es como un brazo que te ayuda a levantarte del suelo, como un brazo que te invita a bailar: bailo un poco con los brazos pegados al cuerpo. Luego fumo y trato de pensar sin conseguirlo...