miércoles, 20 de mayo de 2015

Hindu Kush

Y una mañana volví a encontrarme camino del Turquestán. Tras haber emprendido la marcha cuando todavía era de noche, vi surgir en el crepúsculo la lejana cordillera azul, fría, coronada de nieve y de una apariencia espléndida. "Por segunda vez el Hindu Kush", lo sabía, pero ahora todos los nombres contaban y quedaban grabados en mi memoria, descubría más valles, más cimas, y hacia el mediodía me reconfortó y alegró hallarme de nuevo en un vergel donde ya había acampado una vez...
Annemarie Swarzenbach, Todos los caminos están abiertos
Reinauguro bitácora. Transcurrido más de año y medio desde que "mandé de paseo" a La prisionera, retomo aquellos, estos apuntes, bajo el mismo seudónimo, que ahora también le sirven de título: La fugitiva. Como en la saga de Proust, o como en el libro de viajes de Swarzenbach, quiero pensar que todos los caminos están abiertos a partir de ahora. Quizás me haya impuesto estos apuntes como disciplina, o como ejercicio de memoria, frente al desagüe de energía capitalista que es Facebook, con sus estados de obsolescencia programada, impulsivos e inconsultables.
En unos meses cumpliré 39 años, y será el último agosto que cumpla treinta y tantos. Hoy en el baño, quizás por ser el único lugar de casa donde me examino frente al espejo, al ser este el único espejo que enmarca mi cara apartándola cruelmente del resto del cuerpo, que permanece casi en su totalidad recogido en mi confín, salvo, insisto, ese rostro que se me adelanta, he reflexionado, digo, sobre esta década de los treinta, de mis treinta. Y la he visto como una segunda adolescencia, no solo porque haya sido loca, inquieta y renaciente, sino porque ha sido difícil y, de algún modo, dolorosa o doliente. Quizás sea más ajustado quitarle la "s" y hablar de "adolecencia": algo que adolece. En estos años de rupturas, cambios de domicilio, plegarias desatendidas y presagios acogidos; en estos años también de encuentros luminosos, alegre desenfreno y hallazgos imperecederos, que no sé hasta qué punto han pasado a trote o a galope, porque a veces la vida me resulta enormemente tediosa y aburrida, y otras venturosa y extraordinaria, y entonces es como asistir a ese segundo, confuso, posterior al encuentro entre dos trenes estacionados, en que no sabes si es el tuyo o el que está al otro lado de la ventanilla el que retoma el camino; en estos años, digo, "une petite douleur exquise" se ha instalado en mí, en cada una de mis células, en esa mirada velada que a veces me descubren las fotos, en mi aparatosa aunque sincera forma de reír, en mis canas y en mis contracturas. Ese dolor lo he ido aprisionando, porque salvo con el dinero, siempre he sido muy poco desprendido con las cosas que me ha costado conseguir: tengo el afán coleccionista de los melancólicos. Un dolor cautivo, recluido, mimado. Un duelo infinito.
Un hombre al que amé caprichosamente, con la intermitencia del azar que imponía nuestros encuentros, un hombre que era algunos años mayor que yo y que se había recluido voluntariamente en un pueblo a algunos kilómetros de Madrid, matemático y músico, me dijo un día, un día que habíamos venido prolongando desde el día anterior (un día al que habíamos travestido de noche), que en un futuro no muy lejano vería toda esta etapa como una convalecencia y que ese dolor que yo había cultivado, que no era más que ego, el ego, y esto lo añado yo, del aristócrata al que, pongamos, un régimen comunista hubiese expropiado su palacio y lo hubiese confinado a un apartamento de dos habitaciones, haciéndole amontonar de manera poco vistosa sus posesiones más devaluadas aunque más valiosas, ese dolor del ego irredento cercenado en su propio cuerpo finito, ese dolor desaparecería.
Así pues, trataré de hacer caso a lo que en su momento me pareció pura condescendencia y me prestaré a fugarme de mi propia prisión. Tempus fugit. El arte de la fuga. El contrapunto que busca cierto equilibrio armónico. Ahora que, groso modo, transcurrida una década, empiezo a tomar conciencia del tiempo que se escapa, trataré de espaciarlo en estos apuntes, de convertirlo en tempo. Frente al tiempo en fuga, la huida hacia adelante de la ficción, al imperativo del cursor, siempre en avance.
En fuga continua de mi propia prisión.